lunes, 11 de mayo de 2009

"Revista Ciudad Tónica Extensión" (2008)


Extraños sistemas
Se puede vivir sin pensar
(J. Cortázar)

C. Colombres, Diario de Ultrajes, Cap. III, Secc. II (transcripción).
«Existe al este un territorio, un pequeño pueblo al que llaman Sofokatos.
«A mi llegada vi que en la plaza había reunida gran cantidad de gente, todos en silencio; era la hora cercana a la caída de sol. Habiéndome acercado para observar, constaté que el lugar guardaba la tradicional forma de anfiteatro, y que la gente se había dispuesto ordenadamente sentada en las gradas semicirculares. Más allá, extraño uso daban dos hombres al sitio de la skêné, donde ambos discutían abiertamente. El entretenimiento parecía consistir en escuchar sus discurrentes palabras; ocasionalmente, algún espectador apasionado imposible de identificar entre la multitud vociferaba alguna sandez pasajera para volver luego a su estado de atención.
«Tres días permanecí en el pueblo. El primero me dediqué a solamente a llegar, como cualquier viajero que llega, permaneciendo sólo un rato en la plaza. El segundo lo dispuse para recorrer aquel pueblo. Para las vísperas del tercer día ya había comprendido por qué sus habitantes se entretenían escuchando deliberaciones. Por eso, llegada la hora cercana a la caída del sol, me acerqué a la plaza junto con todos y tomé un puesto en las gradas. Tras un breve prólogo de presentación, salieron a escena los dos habladores que continuarían con el tema que yo escuchara el día de mi llegada. Anaxiomeneas, el segundo de ellos en salir, fue, de los dos, el que más impactó mi espíritu, y el único del que recuerdo palabras e ideas, pues habló lo siguiente: “Amigos: un día vimos el mundo y nos asombramos, entonces buscamos respuestas a aquello que nos había causado asombro. Pero al paso del tiempo verificamos que no existía una sola respuesta que explicara las causas de nuestro asombro, y resolvimos optar por una u otra de acuerdo con la que considerábamos verdadera. Vimos luego que podíamos dudar de las respuestas que habíamos elegido, y nos concedimos el beneficio de dudar. Ahora podíamos dudar de todo, y entonces dudamos que el problema no fuéramos nosotros mismos que podíamos dudar. Si dudábamos era porque no sabíamos todo, y eso nos resultó... asombroso. Pero ya no en el sentido de lo que nos fascina, sino en el sentido de lo que no podemos perdonarnos. Entonces resolvimos que pensar era perjudicial. Fue en ese momento cuando muchos dijeron: ¡no pensemos!, y propusieron soluciones para ello. Pero se suscitó una paradoja: no podemos pensar en una forma de no pensar, porque esto ya es pensar. Así las cosas, cuando nadie podía resolver la paradoja suscitada, surgí yo para decirles: amigos, el problema no está en ustedes, el problema está en aquellos que desconocen su oficio y que han desarrollado diversos métodos y sistemas equivocados, generando ideologías rudimentarias. Estos estaban estableciendo un mecanismo por el cual para no pensar hay que pensar en no hacerlo. Y eso ya es un método. Por eso, amigos, para que el cuerpo no piense, no debe pensar la cabeza; os doy lo mejor de mí, lo mejor de mi oficio: el no-hombre de hoy debe responder a las no-ideas del no-pensador que resuelva todo con la coherencia que esperan, y la tarea más noble de éste será, justamente, no generar ideologías, ni sistemas, ni métodos; la tarea del pensador es no pensar”.
«Anaxiomeneas, según supe más tarde por mis correspondencias, continuó hasta el último de sus días dedicándose a esta “difícil práctica”, como él mismo la llamaba.
«Y cobraba por ello».

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